Por: Manuel Núñez
Ninguna de las naciones de Hispanoamérica ha contado con una docena de artistas plásticos de primera línea en un mismo tiempo histórico, tal como acaeció con la República Dominicana en la primera mitad del siglo XX. De 1901, fecha del nacimiento de Jaime Colson, el más versátil de nuestros pintores a 1942, cuando viene al mundo en San Francisco de Macorís, Iván Tovar, otra de las figuras de mayor proyección del arte dominicano, se forja la Edad de Oro de las artes plásticas dominicanas. Nunca antes en un mismo período histórico, convivieron, yuxtapuestas, las generaciones de artistas que han dado los mayores logros al arte dominicano. Los criterios que determinan esta afirmación son los siguientes: a) capacidad para inventar un mundo autónomo, caracterizado por una voluntad de estilo. Rasgo visible en Colson y en Iván Tovar, así como también en Gilberto Hernández Ortega; b) actitud para innovar y renovarse, sin quedarse anquilosado, rasgo expuesto claramente en Darío Suro, en Clara Ledesma, y, en Fernando Peña Defilló; c) por el placer estético que nos depara la contemplación de sus obras, enriquecida por una valoración crítica.
El reconocimiento de estas circunstancias viene por la irrupción de la crítica de arte representada en aquel punto y hora, por el notable escritor Manuel Valldeperes, emigrado catalán y por el crítico y propulsor de las artes, Rafael Díaz Niese (1897-1950). A nuestra memoria viene la evocación de piezas extraordinarias: El sacrificio del chivo de Eligio Pichardo, Merengue de Jaime Colson, Los paisajes y las fiestas de Yoryi Morel, Ecce omo de Gilberto Hernández Ortega, los paisajes lluviosos de Suro, Los esclavos de Fernando Peña Defilló, Las persianas de luz de Ada Balcácer, El éxodo o las lavanderas de Cándido Bidó, el mural Caonabo, primer preso político de América, de Ramón Oviedo, Meditación sobre la armadura de un soldado de Paul Giudecilli (1919-1965), una de las joyas de la abstracción. Cada uno de estos artistas se propusieron explorar en su interior, la expresión de “lo dominicano” desde sus variopintas perspectivas: desde el paisaje, las costumbres, las tradiciones en Morel, en Suro, en Guillo Pérez; las raíces étnicas en Colson, en Bidó; Peña Defilló, y Clara Ledesma; desde la memoria y la historia, en Oviedo y en Guidicelli. Llegan en algún momento a alcanzar la desmesura, como acaeció con Eligio Pichardo, y a veces se extinguen tras un centelleo volcánico. Pero todos constituyen un conjunto sin parangón en la plástica del continente.
He aquí expresado en un lapso de tiempo, la Edad de Oro de la plástica dominicana.
El canon de la pintura dominicana:
Jaime Colson (1901-1975)
Yoryi Morel (1901-1979)
Gilberto Hernández Ortega (1924-1978)
Clara Ledesma (1924-1999)
Fernando Peña Defilló (1926-2016)
Darío Suro (1917-1997)
Guillo Pérez (1923-2014)
Ada Balcácer (1930)
Ramón Oviedo (1924-2015)
Cándido Bidó (1936-2011)
Eligio Pichardo (1929-1984)
Iván Tovar (1942)
¿Cómo se produjo esta singular revolución, que coincidió paradójicamente con la implantación de una de las más despiadadas dictaduras en el continente?
En primer lugar, por el surgimiento de la escuela de los dos grandes maestros de la plástica dominicana que supieron extraer las mejores enseñanzas de las vanguardias, sin renunciar a explorar en su interior, en su memoria, en su tradición cultural, en su voluntad de estilo y en la expresión de sus poderosas personalidades.
• Jaime Colson (1901-1975) se formó como artista en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid y postreramente se incorporó al grupo de la vanguardia catalana Dau al Set, fundado por Modest Cuixart, Antoni Tapies, Joan Joseph Tarrats y luego vivió intensamente en el París de las vanguardias. En Colson, auténtico maestro, se sitúan varias etapas: una figuración neo humanista, la abstracción cubista que era el descubrimiento del mundo racial y en sus últimos años, pintó retablos religiosos. Colson junto al grupo de los cuatro: Joseph Gausachs, Clara Ledesma y Hernández Ortega se convierten en los renovadores de la plástica dominicana a comienzos de los años cincuenta, lo que logra representar la plataforma del arte dominicano.
• Yoryi Morel (1906-1979) se formó en la tradición asentada desde el siglo XIX bajo la batuta de Juan Bautista Gómez. Morel se le considera el maestro de la llamada escuela de Santiago de los Caballeros. Sus retratos, sus escenas campesinas, sus estampas sobre las vertientes de la vida cotidiana: procesiones, peleas de gallos, juegos, sus paisajes de montañas realizadas con una pincelada ondulante y desenvuelta como la pincelada de Cèzanne. Esa mirada interior hizo que muchos los calificaran como un artista criollista y costumbrista. Sin embargo, Morel empalma con la vanguardia impresionista. Y, por muchos de sus paisajes y su técnica, podría ser considerado como un miembro prominente del grupo de los fauvistas. Hay en muchas de las obras de Yoryi Morel una voluntad de estilo y de renovación que se vuelve inspiración en muchos artistas.
En segundo lugar, por la renovación en la formación artística de los pintores dominicanos representada por la llegada de los artistas exiliados españoles como Manolo Pascual (1902-1985), quien logra ser el primer director de la Escuela de Bellas Artes en 1942, y, quien era un artista en ascenso. Había expuesto sus esculturas en Roma y en Madrid. Fue decisivo en la formación de muchos artistas. Joseph Gausachs Armengol (1889-1959) era, entre los emigrados españoles llegados en 1939 y en 1940, el de mayor formación pictórica. Estudió en la Academia de Barcelona, y posteriormente vivió en París, donde entabló relaciones de amistad con los grandes vanguardistas de la época Modigliani, Picasso, Marc Chagall, Chirico, Foujita. Tras el fin de la Guerra Civil Española, y en una Europa bajo la dominación del nazismo alemán, decidió embarcarse a República Dominicana, donde entregó todos sus esfuerzos a la formación de los artistas dominicanos, e hizo una obra notabilísima. Del extraordinario influjo de quien llegaría a ser profesor titular y subdirector de la Escuela de Bellas Artes surgen un conjunto de maestros: Gilberto Hernández Ortega, Ada Balcácer, Clara Ledesma y Paul Giudecelli. Otro de los maestros que dejó huella permanente entre nosotros fue José Vela Zanetti (1913-1999), quien llegó a ser uno de los directores de la Escuela de Artes Plásticas, descolló en el muralismo dejando una obra copiosa en nuestro país, frescos en residencias particulares, en edificios, como el del Partido Dominicano, murales en casi todos los ministerios; en el Banco de Reservas, en la Universidad de Santo Domingo, retablos en las Iglesias, en fin, la obra pictórica de Vela Zanetti se halla diseminada en todo el territorio nacional. Junto a estos profesores, algunos artistas exiliados, en agraz, desarrollaron entre nosotros sus talentos. Tales son los casos de Eugenio Fernández Granell (1912-2001) poeta, escritor, quien llegó al país como primer violín de la orquesta sinfónica dominicana, fundada por otro exiliado, igualmente notable, Enrique Casals Chapí (1909-1977) y en nuestro país se convirtió en unos de los mayores representantes de la pintura surrealista.
A todas las luces, la atmósfera creada por la llegada al país de los exiliados españoles produjo una renovación de los estudios de Bellas Artes, una impregnación del espíritu innovador de las vanguardias en cuya avanzadilla se hallaban el surrealista Fernández Granell, el modernista José Gausachs, el muralista Vela Zanetti, el escultor Manolo Pascual y el expresionista George Hausdorf (1894-1959). De alguna manera, la renovación de las artes plásticas representada por este conjunto de artistas, dominicanos y españoles, fue acompañada de una revolución en los estudios, de una exploración sin precedentes en el mundo interior y de una perfección, sin precedentes, en las realizaciones. Estos artistas nos enseñaron a mirar, a innovar y gozar de la obra estética, en una suculenta mezcla de placer y conocimiento. Podemos parafrasear a Winston Churchill: “Nunca antes se ha debido tanto a unos pocos”.
The golden age in Dominican painting
None of the nations of Latin America has had a dozen leading artists in the same historical period, as happened with the Dominican Republic in the first half of the twentieth century. From 1901, the date of the birth of Jaime Colson, the most versatile of our painters in 1942, when he comes to the world in San Francisco de Macorís, Iván Tovar, another of the most projected figures of Dominican art, forges the Golden Age of Dominican plastic arts. Never before in the same historical period, the generations of artists who have given the greatest achievements to Dominican art coexist, juxtaposed. The criteria that determine this statement are the following: a) ability to invent an autonomous world, characterized by a desire for style. Visible feature in Colson and Iván Tovar, as well as in Gilberto Hernández Ortega; b) attitude to innovate and renew, without being disturbed, a feature clearly stated in Darío Suro, in Clara Ledesma, and, in Fernando Peña Defilló; c) for the aesthetic pleasure that the contemplation of his works holds for us, enriched by a critical assessment.
The recognition of these circumstances comes from the emergence of art criticism represented at that point and time, by the notable writer Manuel Valldeperes, a Catalan emigrant and by the critic and propeller of the arts, Rafael Díaz Niese (1897-1950). To our memory comes the evocation of extraordinary pieces: The sacrifice of Eligio Pichardo's goat, Merengue by Jaime Colson, The landscapes and festivals of Yoryi Morel, Ecce omo by Gilberto Hernández Ortega, the rainy landscapes of Suro, The slaves of Fernando Peña Defilló, The blinds of light of Ada Balcácer, The exodus or laundresses of Cándido Bidó, the mural Caonabo, first political prisoner of America, by Ramón Oviedo, Meditation on the armor of a soldier by Paul Giudecilli (1919-1965), a of the jewels of abstraction. Each of these artists set out to explore inside, the expression of "the Dominican" from their diverse perspectives: from the landscape, customs, traditions in Morel, in Suro, in Guillo Pérez; the ethnic roots in Colson, in Bidó; Peña Defilló, and Clara Ledesma; from memory and history, in Oviedo and in Guidicelli. They arrive at some moment to reach the excess, as it happened with Eligio Pichardo, and sometimes they are extinguished after a volcanic scintillation. But all constitute an unparalleled set in the plastic of the continent.
Here is expressed in a span of time, the Golden Age of Dominican plastic.
The canon of Dominican painting:
Jaime Colson (1901-1975)
Yoryi Morel (1901-1979)
Gilberto Hernández Ortega (1924-1978)
Clara Ledesma (1924-1999)
Fernando Peña Defilló (1926-2016)
Darío Suro (1917-1997)
Guillo Pérez (1923-2014)
Ada Balcácer (1930)
Ramón Oviedo (1924-2015)
Cándido Bidó (1936-2011)
Eligio Pichardo (1929-1984)
Iván Tovar (1942)
How was this unique revolution, which coincided paradoxically with the implementation of one of the most ruthless dictatorships in the continent?
In the first place, due to the emergence of the school of the two great masters of Dominican plastic who knew how to extract the best teachings of the avant-garde, without giving up exploring inside, in their memory, in their cultural tradition, in their will to style and in the expression of their powerful personalities.
• Jaime Colson (1901-1975) trained as an artist at the San Fernando School of Fine Arts in Madrid and eventually joined the Catalan avant-garde group Dau al Set, founded by Modest Cuixart, Antoni Tapies, Joan Joseph Tarrats and then He lived intensely in the Paris of the avant-garde. In Colson, a true teacher, there are several stages: a neo-humanist figuration, the cubist abstraction that was the discovery of the racial world and in its last years, painted religious altarpieces. Colson with the group of four: Joseph Gausachs, Clara Ledesma and Hernández Ortega become the renovators of Dominican plastic in the early fifties, which manages to represent the platform of Dominican art.
Yoryi Morel (1906-1979) was formed in the tradition established since the 19th century under the baton of Juan Bautista Gómez. Morel is considered the teacher of the so-called school of Santiago de los Caballeros. His portraits, his peasant scenes, his prints on the slopes of everyday life: processions, cockfights, games, his landscapes of mountains made with an undulating brush stroke and developed as the stroke of Cèzanne. That inner look made many qualify them as a Creole and traditional artist. However, Morel joins the impressionist vanguard. And, for many of its landscapes and its technique, it could be considered as a prominent member of the Fauvists group. In many of Yoryi Morel's works there is a desire for style and renewal that becomes inspiration in many artists.
Secondly, for the renovation in the artistic training of Dominican painters represented by the arrival of Spanish exiled artists such as Manolo Pascual (1902-1985), who manages to be the first director of the School of Fine Arts in 1942, and, who was a rising artist. He had exhibited his sculptures in Rome and Madrid. He was instrumental in the formation of many artists. Joseph Gausachs Armengol (1889-1959) was, among the Spanish emigrants arrived in 1939 and in 1940, the one with the greatest pictorial background. He studied at the Academy of Barcelona, and later lived in Paris, where he established friendly relations with the great avant-garde of the Modigliani, Picasso, Marc Chagall, Chirico, Foujita. After the end of the Spanish Civil War, and in a Europe under the domination of German Nazism, he decided to embark on the Dominican Republic, where he gave all his efforts to the training of Dominican artists, and made a remarkable work. From the extraordinary influence of who would become a full professor and deputy director of the School of Fine Arts, a group of teachers emerges: Gilberto Hernández Ortega, Ada Balcácer, Clara Ledesma and Paul Giudecelli. Another of the teachers who left a permanent mark among us was José Vela Zanetti (1913-1999), who became one of the directors of the School of Plastic Arts, appeared on the mural leaving a copious work in our country, frescoes in residences individuals, in buildings, such as the Dominican Party, murals in almost all ministries; in the Reserve Bank, in the University of Santo Domingo, altarpieces in the Churches, in short, Vela Zanetti's pictorial work is scattered throughout the national territory. Together with these professors, some exiled artists, in grace, developed their talents among us. Such are the cases of Eugenio Fernández Granell (1912-2001) poet, writer, who arrived in the country as the first violin of the Dominican symphony orchestra, founded by another exile, equally notable, Enrique Casals Chapí (1909-1977) and in our country He became one of the greatest representatives of surrealist painting.
Clearly, the atmosphere created by the arrival in the country of the Spanish exiles produced a renewal of the studies of Fine Arts, an impregnation of the innovative spirit of the avant-garde in whose outpost were the surrealist Fernández Granell, the modernist José Gausachs, the muralist Vela Zanetti, the sculptor Manolo Pascual and the expressionist George Hausdorf (1894-1959). Somehow, the renovation of the plastic arts represented by this group of artists, Dominicans and Spaniards, was accompanied by a revolution in the studies, an unprecedented exploration in the inner world and a perfection, unprecedented, in the realizations . These artists taught us to look, to innovate and enjoy the aesthetic work, in a succulent mixture of pleasure and knowledge. We can paraphrase Winston Churchill: "Never before has so much been due to a few."
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