Durante mi residencia artística en Künstlerhaus Bethanien en Berlín (abril - junio de 2016), completé una serie de pinturas tituladas "Despojos" que representan partes aleatorias de un maniquí tiradas en el suelo. Se mostraron por primera vez en mi estudio abierto en Berlín y ahora se exhiben en esta exposición por primera vez en Santo Domingo.
Esta serie evolucionó en un proyecto que consiste en pintar del natural, a tamaño real y en pinturas individuales, cada uno de los 206 huesos que constituyen el esqueleto humano. Este proyecto se exhibe en esta exposición como obra en proceso con unas 170 de las 206 piezas que comprenderá una vez completado.
Esta obra surge de preguntas personales planteadas a partir de la muerte de mi padre. Al considerar hacer su retrato varios años después de su muerte, imaginé una representación de sus huesos, ya que eso es todo lo que queda de él ahora. Exhumar sus huesos y pintar ese “retrato” obviamente no fue posible por razones éticas y prácticas, pero la idea me llevó a explorar cuestiones que van más allá del retrato de mi padre y su muerte individual. Se convirtieron en preguntas más universales sobre el significado de la vida, la muerte, la mortalidad y la identidad.
El cristianismo, y el pensamiento occidental en general, han elevado tradicionalmente la mente al cuerpo. El alma de una persona y su identidad están claramente disociadas del cuerpo que muere y perece. A pesar de esto, los huesos de un ser humano nunca son tratados simplemente como artefactos comunes. Creemos firmemente que los muertos pueden ser deshonrados por la manera en que se tratan sus restos. Es por eso que no los enterramos solo por razones prácticas, también nos involucramos en rituales de luto; visitamos sus tumbas y las cuidamos. Honramos a los muertos al presentar nuestros respetos a sus restos materiales. A veces parece que somos más respetuosos con los restos de personas muertas que con los vivos. Por lo tanto ¿no tenemos algún tipo de creencia no reconocida de que algo de la persona permanece en sus huesos? ¿No creemos que los huesos tienen la identidad del cautivo muerto en ellos? ¿Pueden los huesos de un hombre constituir su retrato?
A parte de tales cuestiones filosóficas, también encuentro que los huesos son estéticamente fascinantes. Inicialmente, utilicé un esqueleto anatómico de plástico como modelo, pero la necesidad del contacto con lo real se imponía, aunque estaba profundamente preocupado por las cuestiones éticas que esto plantearía, precisamente el tipo de preguntas que quería plantear con esta pieza. Al final, la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) amablemente me permitió el acceso a los huesos humanos que son utilizados para los ejercicios académicos. Ser capaz de observar huesos reales de cerca resultó ser importante para mi intento de capturar su esencia y belleza únicas.
Pintar cada hueso del esqueleto individualmente también fue crucial para mi interés en la relación entre las partes singulares y el todo: como cada parte individual de un todo mayor es al mismo tiempo una totalidad en sí misma y ésta a su vez, puede ser subdividida en partes. ¿Qué parte juegan los objetos singulares en las totalidades visibles e invisibles que forman entre sí? ¿Podría el reconocimiento de la importancia única de cada objeto material ayudarnos a formar una relación diferente y más útil con nuestro entorno concreto y entre nosotros mismos?
Para mí, esta serie de obras de arte es ante todo una reflexión meditativa sobre la fragilidad, fugacidad y significado único de la vida, pero también evoca asociaciones más oscuras. Los huesos humanos diseminados que se dejan a los elementos, evocan historias de violencias reprimidas y olvidadas. Son los marcadores de campos de asesinatos, evidencias de genocidio y de cuerpos desechados, los inquietantes recordatorios de muertos que le negaron un entierro adecuado.
-Fermín Ceballos
Fermín Ceballos y sus naturalezas muertas
Por una extraña coincidencia, estábamos terminando de leer una novela fundamentada en hechos reales, acerca de Josef Mengele, criminal de guerra nazi y médico sádico cuyos restos dispersos quedaron sin sepultura: el tiempo y el abandono habían vengado a sus incontables víctimas, torturadas, asesinadas y descuartizadas. Fue, cuando en la pantalla, descubrimos a los desmembrados maniquíes de Fermín Ceballos, a esos fragmentos de cuerpo que la habilidad pictórica había plasmado yaciendo sobre un fondo negro, como si los hubieran desenterrado o jamás enterrado. Nuestro desconcierto y asombro duró apenas segundos, durante los cuales dos ficciones se habían superpuesto en una visión, también ilusoria, de sufrimiento y muerte…
Refiriéndose a las obras de Fermín Ceballos, ya en el 2014 Stephen Kaplan no solo expresaba que “sus pinturas son obsesivas y profundamente personales” sino que simbolizaban auto-exorcismo y auto-castigo. Por cierto, nadie puede olvidar a aquellos autorretratos de los “Sueños persistentes”, que sin embargo no llegan a ser pesadillas… Ahora bien, quien acaba de conocer al artista, simpático, risueño y espontáneo, se sorprenderá, pero los que han seguido su itinerario durante años, desde las abstracciones contundentes de la juventud, saben que él es un creador especial, polifacético, reflexivo e introspectivo.
La exposición que Fermín Ceballos presenta en el Museo Fernando Peña Defilló, demuestra la complejidad, la madurez, el permanente cuestionamiento del artista: el título, “Despojos”, es ya invitación a pensar, más allá de la simple contemplación, más allá del aprecio de una excelente factura. Aunque su “neo-clasicismo” plástico rivaliza con la iconografía de las antiguas ”vanidades”, ahí se detiene la comparación: él no plasma el cráneo en su totalidad como las imágenes seculares, sino que fragmenta pictóricamente la caja ósea según las partes que la componen. Ahora bien, si recordamos el mensaje bíblico de presunción hueca y fragilidad, transmitido por la “vanitas” de los pintores clásicos, tampoco Fermín se aleja mucho de esta propuesta, cuando él expresa: “esta serie de obras es ante todo una reflexión meditativa, fugacidad y significado único de la vida”.
Fermín Ceballos, más que un tributo a la memoria de su padre, nos refiere a la naturaleza humana y, a su manera, desafía la muerte sin que su pintura sea una especie de danza macabra. El esqueleto adulto comprende 206 huesos, que el artista pintará integralmente: con los 160 que ahora expone, tenemos una muestra más que suficiente y representativa. Son naturalezas muertas en sentido propio y figurado, signos y símbolos de esta categoría estética, vecina del bodegón, pero más conceptuosa. En el mundo pictórico de la naturaleza muerta no figura el hombre ni la criatura viva… Así sucede aquí: son cuadros que encarnan la ausencia de lo vivo, huesos en su tamaño natural, -por tanto miniaturas a menudo-, pintados esmeradamente, incluyendo la sombra… Son verdaderos estudios, que podrían ilustrar una lección de anatomía. El fondo gris oscuro jamás distrae la atención.
Sin embargo, obviando la asociación con la vida desaparecida, estos objetos huesudos, cada uno elemento único, independientemente de su forma y formato, a menudo poseen humor, fantasía, vitalidad aun, hasta transmiten energía, ¿será la energía del recuerdo? En fin, podría aparentar una contradicción. Es que la pintura de Fermín ofrece una lectura abierta. Sucede igualmente un cuestionamiento en los cuadros de maniquíes yacentes en piezas, ¿serán restos de una exhibición de moda desvestida, un juego de materia plástica, o - lo creemos - una representación más dramática… a la que interpretan como obra “catártica” (Stephen Kaplan)? Siempre están pintados impecablemente y con un dibujo incuestionable… ¡Fermín Ceballos es un realista extremo y contemporáneo!
Podemos ver su última performance, no solo impresionante y perturbadora. Lanza al aire paletadas de tierra, cava obviamente una fosa, cada vez más profunda hasta que él desaparezca… Felizmente en vez de un enterramiento real y ritual, se nos devuelve a Fermín: el artista, bien vivo, nos regresará, dispuesto a otras performances, a otras instalaciones y pinturas, desconcertantes casi siempre. Con Fermín Ceballos, sucede un fenómeno sicológico y emocional: el goce de su obra se vuelve casi un masoquismo espiritual.
Marianne de Tolentino
ADCA /AICA
During my artistic residency at Künstlerhaus Bethanien in Berlin (April - June 2016), I completed a series of paintings entitled "Descendants" representing random parts of a mannequin lying on the floor. They were shown for the first time in my open studio in Berlin and now they are exhibited in this exhibition for the first time in Santo Domingo. This series evolved into a project that consists of painting from the natural, real size and individual paintings, each of the 206 bones that make up the human skeleton. This project is exhibited in this exhibition as work in process with about 170 of the 206 pieces that will be included once completed. This work arises from personal questions posed from the death of my father. When considering making his portrait several years after his death, I imagined a representation of his bones, since that is all that is left of him now. Exhuming his bones and painting that "portrait" was obviously not possible for ethical and practical reasons, but the idea led me to explore issues that go beyond the portrait of my father and his individual death. They became more universal questions about the meaning of life, death, mortality and identity. Christianity, and Western thought in general, have traditionally elevated the mind to the body. The soul of a person and their identity are clearly dissociated from the body that dies and perishes. Despite this, the bones of a human being are never treated simply as common artifacts. We firmly believe that the dead can be dishonored by the way their remains are treated. That's why we do not bury them just for practical reasons, we also get involved in mourning rituals; We visit their graves and take care of them. We honor the dead by paying our respects to their material remains. Sometimes it seems that we are more respectful with the remains of dead people than with the living. So do not we have some kind of unrecognized belief that something of the person remains in their bones? Do we not believe that bones have the identity of the dead captive in them? Can a man's bones make up his portrait? Apart from such philosophical questions, I also find that bones are aesthetically fascinating. Initially, I used an anatomical plastic skeleton as a model, but the need for contact with the real was imposed, although I was deeply concerned about the ethical issues that this would pose, precisely the kind of questions I wanted to pose with this piece. In the end, the Faculty of Medicine of the National University Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) kindly allowed me access to human bones that are used for academic exercises. Being able to observe real bones up close proved to be important for my attempt to capture its unique essence and beauty. Painting each bone of the skeleton individually was also crucial to my interest in the relationship between the singular parts and the whole: as each individual part of a greater whole is at the same time a totality in itself and this in turn, can be subdivided into parts. What part do the singular objects play in the visible and invisible totalities that they form among themselves? Could the recognition of the unique importance of each material object help us to form a different and more useful relationship with our concrete environment and with each other? For me, this series of works of art is primarily a meditative reflection on the fragility, transience and unique meaning of life, but also evokes darker associations. The scattered human bones that are left to the elements evoke stories of repressed and forgotten violence. They are the markers of killing camps, evidence of genocide and discarded bodies, the disturbing reminders of the dead who denied him an adequate burial. -Fermín Ceballos Fermín Ceballos and his still lifes By a strange coincidence, we were finishing reading a novel based on real events, about Josef Mengele, Nazi war criminal and sadistic doctor whose scattered remains were left unburied: time and abandonment had avenged their countless victims, tortured, murdered and quartered. It was, when on the screen, we discovered the dismembered mannequins of Fermín Ceballos, those body fragments that the pictorial skill had shown lying on a black background, as if they had been unearthed or never buried. Our bewilderment and amazement lasted only seconds, during which two fictions had been superimposed on a vision, also illusory, of suffering and death ... Referring to the works of Fermin Ceballos, in 2014 Stephen Kaplan not only expressed that "his paintings are obsessive and deeply personal" but symbolized self-exorcism and self-punishment. By the way, nobody can forget those self-portraits of the "persistent dreams", which however do not become nightmares ... Now, who has just met the artist, friendly, cheerful and spontaneous, will be surprised, but those who have followed their itinerary for years, from the blunt abstractions of youth, know that he is a special creator, multifaceted, reflective and introspective.The exhibition that Fermín Ceballos presents at the Fernando Peña Defilló Museum, demonstrates complexity, maturity, the permanent questioning of the artist: the title, "Despojos", is already an invitation to think, beyond simple contemplation, beyond appreciation of an excellent invoice. Although his plastic "neo-classicism" rivals the iconography of the ancient "vanities", the comparison stops there: he does not capture the skull in its entirety like secular images, but rather fragments the bone box pictorially according to the parts that the make up Now, if we remember the biblical message of hollow presumption and fragility, transmitted by the "vanitas" of the classic painters, Fermín does not move away from this proposal, when he expresses: "this series of works is first of all a meditative reflection, Fugacity and unique meaning of life. "Fermín Ceballos, more than a tribute to the memory of his father, refers to human nature and, in his own way, challenges death without his painting being a kind of macabre dance. The adult skeleton includes 206 bones, which the artist will paint comprehensively: with the 160 that he now exhibits, we have a more than sufficient and representative sample. They are still lifes in the proper and figurative sense, signs and symbols of this aesthetic category, neighbor to the still life, but more conceptual. In the pictorial world of still life there is no figure of man or living creature ... This is what happens here: they are paintings that embody the absence of the living, bones in their natural size, -so many miniatures often-, painstakingly painted, including the shadow ... They are real studies, which could illustrate a lesson in anatomy. The dark gray background never distracts attention.