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  • Por: Chrislie Pérez Pérez

XIII Bienal de La Habana / 13


XIII Bienal de La Habana  / 13

| Por: Chrislie Pérez Pérez | Cuba

Fotografías: Cortesía del Equipo de Comunicación de la XIII Bienal de La Habana | Fotográfo: Shaldrian Gómez Peña

Llega el 12 de abril, y la ciudad se embriaga con el espíritu de la Bienal de La Habana. Cuatro años han pasado desde su última edición. Las expectativas se hacen notar.

La Bienal es uno de los eventos de mayor relevancia dentro de las artes visuales del país. Fue fundada en 1984, con el objetivo de visibilizar las principales corrientes creativas de las naciones del llamado “Tercer Mundo”, o sea aquellas de Asia, África y Latinoamérica; y establecer así, espacios de diálogo e interconexiones.

En sus primeros años, tuvo un carácter competitivo; pero, luego adoptó la estructura y metodología que tiene hoy: la inclusión de artistas y la organización de exposiciones en torno a una tesis curatorial específica, siempre a tono con el acontecer del arte a nivel internacional; pero, sobre todo, tomando en cuenta las principales problemáticas de nuestro contexto, que pudieran ser similares o no a las de otros, y con una vocación evidente por ese permanente contrapunteo que implica lo “glocal”.

Uno de los cambios introducidos en esta edición, es que La Bienal dejó de ser exclusivamente habanera, y se expandió a otras provincias del país. Así, hubo intervenciones en Pinar del Río, Matanzas, Cienfuegos y Camagüey.

A pesar de ser considerada como el punto de mira para el arte cubano, como el espacio idóneo para visibilizar experiencias creativas que vayan más allá que el objeto y su forma estética, ajenas quizás a la lógica hegemónica del mercado, que potencien un tipo de producción comprometida con el hombre, cada edición de la Bienal de La Habana se hace más compleja por causas de índole intra y extra artística, y supone un esfuerzo cada vez mayor para sus curadores, para mantenerse fieles a los postulados genésicos y, al mismo tiempo, colocar el evento en la lógica de las dinámicas contemporáneas.

“La construcción de lo posible” fue la idea desarrollada en esta decimotercera entrega, polemizada por muchos. Para algunos, una sentencia demasiado democrática, demasiado abierta, donde cabe todo. Según otros, con el tono de slogan utópico, dado el caso que una de las principales características de nuestro devenir histórico, ha sido precisamente ese énfasis en el proceso de “construir”. Si bien en una primera lectura del sintagma, este parece un poco ingenuo; luego, nos pone a pensar, cuando nos adentramos en los dos principales conceptos que maneja y vincula: construcción y posibilidad. Construcción, que también pudiera ser entendida como activismo, evolución, movimiento; posibilidad, que, casi inmediatamente, remite a la esperanza, nociones que también están estrechamente relacionadas con el arte, y con la vida. Una construcción de lo posible que pudiera traducirse en transformaciones sociales, mediante acciones estéticas, aun cuando sabemos que en este punto el arte solo propone, no dispone.

Siguiendo esta línea de pensamiento, y en el 500 aniversario de la fundación de La Habana, es muy comprensible que haya habido una mirada intencionada a la ciudad, como escenario ya casi imprescindible para el arte; sobre todo, en Cuba. Pretensión que se concretó en dos proyectos que se ocuparon de intervenir, desde perspectivas distintas, dos arterias medulares: el Malecón y la calle Línea.

El malecón habanero, el gran sofá, epíteto por el que también se le conoce, es un espacio que constituye parte esencial del imaginario urbano. En sus poco más de ocho kilómetros, se producen interacciones sociales diversas. El malecón alude a la espera, a la ambigüedad del límite, a la contaminación de realidades, a la entrada y salida, a lo posible. Pero, también al goce, al desenfado, por lo que se ha convertido para muchos en un espacio de libertad, de resistencia.

Las diversas implicaciones conceptuales y simbólicas que tiene esta estructura citadina han sido aprovechadas por tercera vez por el proyecto Detrás del Muro, en una exposición titulada “Escenario líquido”, pensada como galería al aire libre, para interpelar al transeúnte y colocarlo en una realidad distinta, que se superpone a aquella que normalmente encuentra. Una muestra sumamente ambiciosa, que incluyó aproximadamente 70 artistas nacionales y extranjeros, con propuestas disimiles, y se extendió desde el Parque Maceo hasta la Fortaleza de la Punta.

Cabe señalar que la selección propuesta resultó demasiado enfocada en el objeto, y se echó en falta una visión que enfatizara más en los procesos, que incluyera y/o dinamitara las dinámicas del lugar. Aun así, llaman la atención piezas como “El Trineo”, del artista Enrique Martínez Celaya, un cubano que vino por primera vez, luego de haber emigrado a los doce años, y que juega con el absurdo de la funcionalidad de este artefacto en las condiciones del clima caribeño. El mexicano José Dávila propone un ejercicio de equilibro que desafía las leyes naturales en esculturas abstractas, donde rocas son situadas en situaciones límites de estabilidad; mientras que el concepto de real maravilloso desarrollado por Carpentier, es asumido con desenfado por Gabriel Cisneros, un joven escultor que para la ocasión instaló un unicornio.

Otro joven, Elio Jesús Fonseca Cardoso, se decantó por una propuesta instalativa de intervención directa titulada “Adentro”, donde “sana” las grietas de un edificio causadas por la erosión del salitre, con pedazos de papel, para hablarnos sobre los contrarios (expresado en la contraposición de los materiales), la experiencia de lo precario, lo categórico del tiempo.

El componente lúdico lo dio la instalación interactiva del cubano Arles del Río, donde mangueras multicolores invitan a liberar nuestro lado infantil. No obstante, una de las obras más contundentes del proyecto fue la experiencia multidisciplinaria, desarrollada por Jorge Otero. La instalación consistió en la recopilación de 200 sillas, que fueron solicitadas a personas de la comunidad y restauradas por el artista, para su emplazamiento a modo de auditorio, de frente al mar. El objetivo fue que el público se sentara a contemplar la puesta de sol, acompañado de un concierto. El título escogido por Otero fue “19:30”, debido a que fue la hora en que se puso el sol el día en que se firmó la primera Constitución de la República.

De este modo, la pieza mezcla dos circunstancias temporales distintas, que se conectan a través de la emotividad de la puesta de sol. Aparecen, además nociones como precariedad, kitsch, borde, horizonte, que potencian una experiencia de marcado carácter introspectivo, un ambiente para la meditación, para pensarnos a nosotros mismos.

Bajo el título “Corredor cultural de Línea” se prevé un programa de renovación urbana, desde el punto de vista de la cultura, cuyo objetivo es, principalmente, rescatar el espacio público a lo largo de toda esta calle de más de 3 kilómetros en el céntrico barrio habanero del Vedado. Aunque se trata de una intervención a largo plazo, que implicará un periodo de tres años para su concreción, para esta edición de la Bienal, realizaron una serie de acciones que avizoran el resultado a obtener. En la sede del proyecto Espacio, liderado por la arquitecta cubana Vilma Bartolomé, se realizó la exposición Soñar La Habana, donde se mostraban los proyectos.

Igualmente, a lo largo de la calle Línea, se realizaron una serie de performances, que estuvieron protagonizados por grupos de teatro como La Colmenita, Acosta Danza, Teatro El Público y El Ciervo Encantado, que propiciaron la interacción lúdica con el público participante. Además, intervinieron lugares específicos de la vía con una serie de esculturas a modo de tótems que, aprovechando las posibilidades de la circulación digital de la información y las bondades del 3G, tenían incorporado un código QR, a través del cual se podía acceder al sitio web dedicado a esta iniciativa urbana.

Pero, no solo fue la calle la protagonista de las muestras oficiales, sino que estas se insertaron en otras instituciones del circuito artístico como el propio centro Wifredo Lam, Factoría Habana, diversos espacios de la Oficina del Historiador, el Pabellón Cuba y el Museo Nacional de Bellas Artes; este último acogió una exposición que ponía el punto de mira en el tema de nuestra identidad como nación.

La cubanidad es una idea que ha estado y está en contante revisión. Cómo nos definimos hoy, también resultado de lo que hemos sido ayer, es la idea de la exposición que ocupa gran parte del Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes. Bajo el título global “La posibilidad infinita. Pensar la nación” se agrupan una serie de muestras, que pudieran ser definidas como un recorrido etnográfico, antropológico e histórico de la Isla de Cuba. Casi con la vocación de Víctor Patricio Landaluze, el entusiasmo de Jorge Mañach, o el espíritu de Fernando Ortiz, se intenta hablar sobre el proceso de la conformación de la nación desde diferentes aristas, como la cultura que rodeó a la producción azucarera, la reescritura de la historia, la religión, la idiosincrasia, la racialidad. Una exposición que supuso la redistribución de las piezas de la colección permanente que se exhibe en las salas del museo, para dar cabida a otras obras que, normalmente, se encuentran en los almacenes; quizás por ello menos conocidas, pero no menos importantes.

La Bienal de La Habana siempre ha sido un momento para el intercambio teórico con especialistas reconocidos del ámbito de las ciencias humanísticas, cuyas líneas de investigación estén a tono con la propuesta curatorial desarrollada. Entre los invitados de esta ocasión, estuvieron el colombiano Carlos Jáuregui; Boaventura de Souza, de Portugal y Ticio Escobar, de Paraguay. Se redefinieron y repensaron conceptos como hegemonía, colonialismo, resistencia, humanidad; se llamó la atención sobre los principales retos que enfrenta el arte en los nuevos contextos, sobre su posibilidad de buscar alternativas a los modelos hegemónicos desde su dimensión política e implicación social; pero, sobre todo, se colocó el evento Bienal como espacio idóneo para dar cabida a acciones de este tipo.

En este sentido, llama la atención la tesis que plantea Ticio Escobar para referirse a la relación Bienal-mercado: En esta edición de la Bienal, una forma de resistir el canon hegemónico asume la construcción de modelos alternativos que permitan imaginar posibilidades ajenas al régimen instrumental del mercado. ¿Será que dichos modelos alternativos se quedan solo en una voluntad? ¿Será que en condiciones tan peculiares como las nuestras, la realidad siempre es más apabullante?

Hablar de mercado en el contexto cubano resulta sumamente escabroso, mucho más si este concepto se relaciona directamente con La Bienal de La Habana. La situación y estructuras relacionadas con el mercado de arte en Cuba, pudieran ser consideradas como sui generis si las comparamos con aquellas que predominan en el resto del mundo. El insuficiente número de galerías comerciales institucionales que puedan asumir la representación del vasto grupo de artistas que se registran en el país, la existencia de un estatus legal de artista avalado por el Registro Nacional del Creador, la inexistencia de ferias comerciales y de un mercado de carácter nacional, así como la aparición de espacios no estatales que funcionan como galerías, hacen del escenario comercial vinculado al arte una estructura de difícil definición.

La realidad es que La Bienal, paradójicamente, es el período durante el que visitan el país artistas internacionales, curadores, críticos y, además, coleccionistas, art dealers y galeristas. Al mismo tiempo en que se desarrolla una propuesta de curatorial con una vocación anti hegemónica y alejada de las lógicas del mercado, es que las galerías comerciales obtienen mejores resultados en las ventas, que se avituallan de obras los talleres de los artistas y que proliferan estudios, muchos con vida efímera que no duran más allá del evento en sí.

A esto se une que desde la institución, se ha gestado una muestra colateral titulada “HB”, que tiene además un objetivo comercial, y es organizada por las tres empresas dedicadas a la venta de obras de las artes visuales en el país: Fondo Cubano de Bienes Culturales, Génesis Galerías de Arte y Galería Habana. En esta ocasión, incluyó aproximadamente 100 artistas cubanos de diferentes generaciones. La idea fue hacer una especie de recorrido por las principales tendencias del arte cubano desde la década del 60’ hasta la actualidad, con el objetivo de evidenciar la diversidad y solidez conceptual que ha caracterizado al arte cubano. A veces, no sin pesar, es difícil delimitar toda la movida comercial del espíritu de la Bienal, y la una termina contaminando inevitablemente a la otra.

Lo cierto es que hoy la Bienal de La Habana tiene ya 35 años, ha concretado 13 ediciones, y sigue siendo de obligada referencia para hablar de la producción plástica realizada en la Isla y para pensar el arte desde el arte mismo. Con altas y bajas, y con el esfuerzo de sus organizadores, es un momento de intensidad expositiva, de convulsión creativa, de confrontación de planteamientos, de conexiones. Es casi imprescindible, para garantizar su salud quizás por tres décadas más, la actualización de conceptos y principios en función de las nuevas circunstancias económicas, políticas, tecnológicas, sociales, que de alguna manera, definen la producción y el campo artístico.

Continuemos permitiendo que la Bienal de La Habana sea ese espacio para soñar el arte; para mostrar experiencias estéticas auténticas, críticas, que aboguen por la deconstrucción de la dualidad centro-periferia, de los espacios hegemónicos; y, sobre todo, para que cada realidad sea también posible.

 

31/5000XIII Havana Biennial / 13

Photographs: Courtesy of the Communication Team of the XIII Havana Biennial | Photographer: Shaldrian Gómez Peña

April 12 arrives, and the city gets drunk with the spirit of the Havana Biennial. Four years have passed since its last edition. Expectations are noted.

The Biennial is one of the most important events in the visual arts of the country. It was founded in 1984, with the objective of making visible the main creative currents of the nations of the so-called “Third World”, that is, those of Asia, Africa and Latin America; and thus establish spaces for dialogue and interconnections.

In its early years, it had a competitive nature; but, then he adopted the structure and methodology he has today: the inclusion of artists and the organization of exhibitions around a specific curatorial thesis, always in tune with the occurrence of art at the international level; but, above all, taking into account the main problems of our context, which may or may not be similar to those of others, and with an evident vocation for that permanent counterpoint that the "glocal" implies.

One of the changes introduced in this edition is that the Biennial ceased to be exclusively Havana, and expanded to other provinces of the country. Thus, there were interventions in Pinar del Río, Matanzas, Cienfuegos and Camagüey.

Despite being considered as the focus of Cuban art, as the ideal space to make visible creative experiences that go beyond the object and its aesthetic form, perhaps alien to the hegemonic logic of the market, which potentiate a type of production committed to man, each edition of the Havana Biennial becomes more complex due to intra and extra artistic causes, and it is an increasing effort for its curators, to remain faithful to the genic postulates and, at the same time, place the event in the logic of contemporary dynamics.

"The construction of the possible" was the idea developed in this thirteenth installment, debated by many. For some, a sentence too democratic, too open, where everything fits. According to others, with the utopian slogan tone, given that one of the main characteristics of our historical evolution has been precisely that emphasis on the “build” process. Although in a first reading of the phrase, it seems a bit naive; then, it makes us think, when we go into the two main concepts that it manages and links: construction and possibility. Construction, which could also be understood as activism, evolution, movement; possibility, which, almost immediately, refers to hope, notions that are also closely related to art, and life. A construction of the possible that could be translated into social transformations, through aesthetic actions, even though we know that at this point art only proposes, it does not have.

Following this line of thought, and on the 500th anniversary of the foundation of Havana, it is very understandable that there has been an intentional look at the city, as an almost essential stage for art; especially in Cuba. Pretension that took shape in two projects that were involved in intervening, from different perspectives, two spinal arteries: the Malecon and Line street.

The Havana seawall, the large sofa, epithet for which it is also known, is a space that constitutes an essential part of the urban imaginary. In its little more than eight kilometers, diverse social interactions occur. The boardwalk refers to waiting, to the ambiguity of the limit, to the contamination of realities, to the entry and exit, to the possible. But, also to the enjoyment, to the carelessness, reason why it has become for many in a space of freedom, of resistance.

The various conceptual and symbolic implications of this city structure have been exploited for the third time by the Behind the Wall project, in an exhibition entitled “Liquid Stage”, designed as an open-air gallery, to challenge the passer-by and place it in a different reality , which overlaps the one you normally find. An extremely ambitious sample, which included approximately 70 national and foreign artists, with dissimilar proposals, and extended from the Maceo Park to the Fortress of the Point.

It should be noted that the proposed selection was too focused on the object, and a vision that emphasized more in the processes, that included and / or dynamited the dynamics of the place, was lacking. Even so, pieces like “El Trineo”, by the artist Enrique Martínez Celaya, a Cuban who came for the first time after having emigrated at age twelve, and who plays with the absurdity of the functionality of this device in the Caribbean weather conditions. The Mexican José Dávila proposes an equilibrium exercise that defies natural laws in abstract sculptures, where rocks are placed in situations of stability limits; while the concept of marvelous real developed by Carpentier, is assumed with carelessness by Gabriel Cisneros, a young sculptor who for the occasion installed a unicorn.

Another young man, Elio Jesús Fonseca Cardoso, opted for a direct intervention installation proposal entitled “Inside,” where he “heals” the cracks in a building caused by erosion of saltpeter, with pieces of paper, to tell us about the opposites (expressed in the contrast of materials), the experience of the precarious, the categorical of time.

The recreational component was given by the interactive installation of the Cuban Arles del Río, where multicolored hoses invite us to free our children's side. However, one of the most striking works of the project was the multidisciplinary experience, developed by Jorge Otero. The installation consisted of the collection of 200 chairs, which were requested from people in the community and restored by the artist, for its location as an auditorium, facing the sea. The goal was for the audience to sit to watch the sunset, accompanied by a concert. The title chosen by Otero was "19:30", because it was the time the sun set on the day the first Constitution of the Republic was signed.

In this way, the piece mixes two different temporal circumstances, which are connected through the emotionality of the sunset. In addition, notions appear as precariousness, kitsch, edge, horizon, which enhance an experience of marked introspective nature, an environment for meditation, to think ourselves.

Under the title "Line Cultural Corridor", a program of urban renewal is foreseen, from the point of view of culture, whose objective is, mainly, to rescue the public space along this entire street of more than 3 kilometers in the Central Havana neighborhood of Vedado. Although it is a long-term intervention, which will involve a period of three years for its completion, for this edition of the Biennial, they carried out a series of actions that envision the result to be obtained. At the headquarters of the Espacio project, led by the Cuban architect Vilma Bartolomé, the Soñar La Habana exhibition was held, where the projects were shown.

Likewise, along the Line street, a series of performances were carried out, which were carried out by theater groups such as La Colmenita, Acosta Danza, Teatro El Público and El Ciervo Encantado, which led to the playful interaction with the participating public. In addition, specific places on the road intervened with a series of sculptures as totems that, taking advantage of the possibilities of digital circulation of information and the benefits of 3G, had a QR code incorporated, through which the site could be accessed website dedicated to this urban initiative.

But, not only was the street the protagonist of the official exhibitions, but these were inserted in other institutions of the artistic circuit such as the Wifredo Lam center itself, Factoría Habana, various spaces of the Office of the Historian, the Cuba Pavilion and the National Museum of Fine Arts; The latter hosted an exhibition that focused on the issue of our identity as a nation.

Cubanity is an idea that has been and is in constant review. How we define ourselves today, also the result of what we have been yesterday, is the idea of ​​the exhibition that occupies much of the Cuban Art Building of the National Museum of Fine Arts. Under the global title “The infinite possibility. Thinking the nation ”a series of samples are grouped, which could be defined as an ethnographic, anthropological and historical tour of the Island of Cuba. Almost with the vocation of Víctor Patricio Landaluze, the enthusiasm of Jorge Mañach, or the spirit of Fernando Ortiz, we try to talk about the process of shaping the nation from different edges, such as the culture that surrounded sugar production, rewriting of history, religion, idiosyncrasy, raciality. An exhibition that supposed the redistribution of the pieces of the permanent collection that is exhibited in the rooms of the museum, to accommodate other works that, normally, are in the stores; perhaps for this reason less known, but no less important.

The Havana Biennial has always been a time for theoretical exchange with recognized specialists in the field of humanistic sciences, whose lines of research are in tune with the curatorial proposal developed. Among the guests of this occasion, were the Colombian Carlos Jáuregui; Boaventura de Souza, from Portugal and Ticio Escobar, from Paraguay. Concepts such as hegemony, colonialism, resistance, humanity were redefined and rethought; Attention was drawn to the main challenges facing art in new contexts, about its possibility of seeking alternatives to hegemonic models from its political dimension and social implication; but, above all, the Biennial event was placed as an ideal space to accommodate actions of this kind.

In this sense, the thesis that Ticio Escobar raises to refer to the Biennial-market relationship is striking: In this edition of the Biennial, a way to resist the hegemonic canon assumes the construction of alternative models that allow imagining possibilities outside the instrumental regime From the market. Could it be that these alternative models remain only in a will? Could it be that in conditions as peculiar as ours, reality is always more overwhelming?

Talking about the market in the Cuban context is extremely rough, much more so if this concept is directly related to the Havana Biennial. The situation and structures related to the art market in Cuba could be considered as sui generis if we compare them with those that predominate in the rest of the world. The insufficient number of institutional commercial galleries that can assume the representation of the vast group of artists that are registered in the country, the existence of an artist's legal status endorsed by the National Registry of the Creator, the absence of trade fairs and a market of National character, as well as the appearance of non-state spaces that function as galleries, make the commercial scenario linked to art a structure of difficult definition.

The reality is that The Biennial, paradoxically, is the period during which international artists, curators, critics and, in addition, collectors, art dealers and gallery owners visit the country. At the same time that a curatorial proposal is developed with an anti-hegemonic vocation and far from the logic of the market, it is that commercial galleries obtain better sales results, that artists' workshops are being refurbished and works that proliferate studies , many with ephemeral life that do not last beyond the event itself.

To this is added that since the institution, a collateral exhibition entitled “HB” has been created, which also has a commercial objective, and is organized by the three companies dedicated to the sale of visual arts works in the country: Cuban Fund of Cultural Assets, Genesis Art Galleries and Habana Gallery. On this occasion, it included approximately 100 Cuban artists from different generations. The idea was to make a kind of journey through the main trends of Cuban art from the 60's to the present, with the aim of demonstrating the conceptual diversity and solidity that has characterized Cuban art. Sometimes, not without regret, it is difficult to delimit the entire commercial movement of the spirit of the Biennial, and one ends up inevitably contaminating the other.

The truth is that today the Havana Biennial is already 35 years old, it has completed 13 editions, and it is still a must reference to talk about the plastic production made on the Island and to think about art from art itself. With ups and downs, and with the efforts of its organizers, it is a moment of expository intensity, of creative convulsion, of confrontation of approaches, of connections. It is almost essential, to guarantee your health, perhaps for three more decades, the updating of concepts and principles based on the new economic, political, technological, social circumstances, which somehow define production and the artistic field.

Let's continue to allow the Havana Biennial to be that space to dream art; to show authentic, critical aesthetic experiences that advocate the deconstruction of the center-periphery duality of the hegemonic spaces; and, above all, so that each reality is also possible.

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