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Hilario Olivo: Entre manchas urticantes

"¿Qué hace un pintor cuando crea? ¿Por dónde anda la conciencia de un pintor cuando emerge de su paleta la imagen y sus designios, la sombra de lo que plasmará en el lienzo? Está luchando con sus sueños, con su instinto, con los rostros que ambulan en su pensar onírico, con el dilema que altera su plasma humano, con las turbaciones que su espíritu inquieto acelera."


OCA|News / Mesa fine art / Lunes 1ro. de Noviembre, 2021 / Sto. Dgo. RD.




Por: José Rafael Lantigua


Hilario Olivo frente al espejo. Frente a su sombra. Frente a la sombra de su imagen. De la imagen que se nutre de las sombras que refleja su espejo.


Como el escritor y su clásico enfrentamiento con la página en blanco, Hilario escudriña su filiación al objeto que cuestiona su trajín, a la línea plástica que interroga su presencia en el lienzo para ser sujeto que seduce a su imaginación.


Al principio, cuando Hilario deja sus trazos tendidos sobre la tela, el cromatismo explayado sobre las sombras, las sombras forjando ya, libremente, la sinonimia de sus pálpitos, la exultante vibración de su abstracción, el que mira –yo, el otro- entrevé una realidad que entumece los sentidos y rasga la vestidura de la imagen y su deseo, la rotura del referente y su efecto.


Luego, direccionando la mirada a sus lados insondables, al intenso devenir de la figura y su emblema, el que mira –el otro, yo- puede ver la imagen y el sentido de su extravío, la transfigurada sensación de una conciencia lúcida, que ha interpuesto entre la imagen y el observador los jirones del alma y las crepitaciones del deseo.


¿Qué hace un pintor cuando crea? ¿Por dónde anda la conciencia de un pintor cuando emerge de su paleta la imagen y sus designios, la sombra de lo que plasmará en el lienzo? Está luchando con sus sueños, con su instinto, con los rostros que ambulan en su pensar onírico, con el dilema que altera su plasma humano, con las turbaciones que su espíritu inquieto acelera. Ese momento, que ningún crítico ha podido describir nunca con certeza, pues solo lo imagina, es una pesadilla errante que camina en las entrañas del ensamblaje de sus delirios, que ambula a tientas, en ocasiones frenética, sobre las ondulaciones de su desasosiego. Cerebro y carne. Pasión y desequilibrio. Ansiedad que busca el orden. Mutación que ansía su destino. Trama que anhela develar su misterio.


Hilario Olivo –el pintor que nos ocupa- ha vivido ese trance y conocemos desde hace rato como ha podido salir de él: con la empuñadura de su espada de múltiples filos, con la gramática de sus silencios, con la resolución de las refutaciones a que sus propias imágenes lo someten, con la liberación de su sinéresis, esa que envolvió al inicio de su creación su disputa frente al lienzo.


Los enigmas de la realidad transpuesta, las alternativas disolutas y bravías del ego transmisor de los dilemas humanos –hombre y mujer, mujer y hombre- acarreados hacia sus destinos plurales, anticipo y final de la conducta del Ser en su estructura dramática. Ese es el universo que nos plantean las imágenes en los lienzos de la propuesta insubordinada y desnuda de Hilario. Formas que dan vida subyugante y plena a la imagen que ha brotado de esa conciencia liberada, de las contradicciones empeñadas en ser luz que, desde el hondo pensar, acreditan una realidad social, una preñez de noticias confusas, el despavorido enigma de una mutilación imbricada en un lamento de figuras que ofertan pugnacidad y, a su vez, una cavilación astuta y turgente, una meditación innovadora, emancipada, redimida.


Hilario Olivo nos permite ahora descubrir sus dibujos. ¿Cuáles características anuncian sus abstracciones? El color se escapa para que echen suertes las líneas, los rasgos en gris. El cromatismo se diluye cuando hay otra historia que contar o cuando hay que contar la misma historia con los trazos tenues de ese claroscuro limpio, inquietante y sensorial que en el cuerpo gravita. Goya y sus dibujos negros marcados de humanidad. Aquellos, pintados con sus manos, que dejan ver sus rostros espantados, los gestos de sombras que en sus oscuros semblantes marcan las horas del vértigo y el dolor. Los de Hilario repuntan, reaniman, calzan una historia: las muchas que nos ha referido en sus pinturas, esta vez desde las líneas de un discurso plástico que continúa remitiéndonos al hombre y sus desasosiegos, a la humanidad y los desafueros de su conciencia, la estulticia de sus asombros, la eutaxia de sus falencias. Gris que no es gris. Negro que no es negro. Negro sobre gris. Gris que espanta la negra esfinge, el negro asueto, la negra nervadura del flujo humano en su concha de azares y punzadas. Y entonces, el rojo, lo rojizo, que cae como una llamarada que instala devaneos, melancolías, abandonos. El tono escarlata que suspende sobre las imágenes una definida tintura de advertencia y de solidificación semántica.


Galopa el sueño y su perfil. La humanidad doliente y su escaparate. Hombre y mujer recogidos sobre la tela para pignorar la esencialidad de las cosas, para indemnizar las soberbias y los entresijos de la pasión. Erotismo que cubre escrúpulos. Composiciones que acicalan el territorio de lo sucedáneo, la mensura del pensamiento y la dualidad del acontecer de una libido sustentada en enigmas. Enigmas que fluyen desde la realidad como un acontecimiento del frenesí, del incendio de los sexos sobre las plantaciones de la huella y su aventura.


Los rostros se desgajan, devienen en monstruos de la alquimia y la soledad, no importa que esa soledad se desgarre en la compañía de otros gestos combados, infectos. Y entonces, el azul. El zumbido inspirador de otras esencias, de otras liviandades, de otro universo. El universo del azul fragante, armónico. Ritual del pintor que reafirma la presencia del Yo, del Otro, de la serena vitalidad de la pasión, de la naturaleza vertida como fuente de sus percepciones vitales, de la contraposición de sus emociones y de su sentido de la libertad.


En algún instante, el dibujo no puede dejar de percibir a la humanidad, a la naturaleza, al pensar que fluye en sus materias, desde el color. El cromatismo resurge, un poco acompasado, como si delineara el rostro de unos ojos que resurgen como miradas de acecho, para transmitir optimismo y, a su vez, para mostrar la dura angustia de los seres humanos frente a la realidad que le rodea. Pero, los dibujos vuelven a su cauce, a la exposición de sus melancolías, al registro de una luz que solo aparenta perderse en la brusca secuencia de la edad y su patibulario. Son las manchas de un diafragma humano donde la virtud y la atención a lo esencial de la vida se diluyen entre claroscuros intranquilos que se someten a la gravedad de la existencia.


Entre manchas se bifurcan los caminos de la vida, las huestes del placer y las alhajas de la pasión. Entre manchas se jubilan los desiertos de la conciencia herida, los hitos del sopor y la desilusión. Entre manchas, hay luz, una luz trivial, vulnerable. Útero del placer abierto al remolino del delirio. Entre sombras grises, entre la tenue presencia del oscuro rufián que ennoblece y no deja palidecer el gris. Mano y piel. Mano que toca, piel que duele. Entre las manchas sublimadoras, urticantes, que nos reflejan la vida y que nos ofertan, junto a la sicalíptica realidad humana, el valor de la imagen y sus atributos, la encarnación del pensar vivo y rutilante del artista, con toda la carga simbólica de sus imágenes. El estruendo de una pasión hecha jirones como blasón de una historia sin fin.




 


Hilario Olivo: Between stinging spots


"What does a painter do when he creates? Where does the conscience of a painter go when the image and his designs emerge from his palette, the shadow of what he will capture on the canvas? He is struggling with his dreams, with his instinct, with the faces that wander in their dreamlike thinking, with the dilemma that alters their human plasma, with the troubles that their restless spirit accelerates. "


OCA | News / Mesa fine art / Monday 1st. from November, 2021 / Sto. Dgo. RD.


By: José Rafael Lantigua


Hilario Olivo in front of the mirror. Facing the shadow of him. In front of the shadow of the image of him. From the image that he feeds on the shadows reflected in the mirror of him.


Like the writer and his classic confrontation with the blank page, Hilario scrutinizes his affiliation to the object that questions his bustle, to the plastic line that questions his presence on the canvas to be a subject that seduces the imagination of him.


At the beginning, when Hilario leaves his lines stretched out on the canvas, the chromaticism extended over the shadows, the shadows already forging, freely, the synonymy of his heartbeat, the exultant vibration of his abstraction, the one who looks - me, the other - glimpses a reality that numbs the senses and tears the clothing of the image and its desire, the breaking of the referent and its effect.


Then, directing the gaze to its unfathomable sides, to the intense becoming of the figure and its emblem, the one who looks - the other, me - can see the image and the sense of his loss, the transfigured sensation of a lucid conscience, which has interposed between the image and the observer the tatters of the soul and the crackles of desire.


What does a painter do when he creates? Where does the conscience of a painter go when his image and designs emerge from his palette, the shadow of what he will capture on the canvas? He is struggling with his dreams, with his instincts, with the faces that wander in his dreamlike thinking, with the dilemma that alters his human plasma, with the troubles that his restless spirit accelerates. That moment, which no critic has ever been able to describe with certainty, since he only imagines it, is a wandering nightmare that walks in the bowels of the assemblage of his delusions, that gropes, sometimes frantically, on the undulations of his unease. Brain and meat. Passion and imbalance. Anxiety that seeks order. Mutation that yearns for his destiny. Plot that yearns to unveil his mystery.


Hilario Olivo -the painter in question- has lived through this trance and we have known for a long time how he was able to get out of it: with the hilt of his multi-edged sword, with the grammar of his silences, with the resolution of the refutations to which his own images subdue him, with the liberation of his syneresis, the one that involved his dispute in front of the canvas at the beginning of his creation.


The enigmas of the transposed reality, the dissolute and brave alternatives of the transmitting ego of the human dilemmas –man and woman, woman and man- carried towards their plural destinies, anticipation and end of the behavior of the Being in its dramatic structure. That is the universe that the images present to us on the canvases of Hilario's insubordinate and naked proposal. Forms that give a captivating and full life to the image that has sprung up from that liberated conscience, from the contradictions determined to be light that, from deep thought, credit a social reality, a pregnancy of confused news, the terrifying enigma of an imbricated mutilation. in a lament of figures that offer pugnacity and, at the same time, a cunning and turgid brooding, an innovative, emancipated, redeemed meditation.


Hilario Olivo now allows us to discover his drawings. What characteristics do his abstractions announce? The color escapes so that the lines cast lots, the features in gray. The chromaticism is diluted when there is another story to tell or when the same story has to be told with the faint traces of that clean, disturbing and sensorial chiaroscuro that gravitates on the body. Goya and his black drawings marked by humanity. Those, painted with their hands, that reveal his frightened faces, the gestures of shadows that mark the hours of vertigo and pain on their dark faces. Those of Hilario rebound, revive, fit a story: the many that he has told us in his paintings, this time from the lines of a plastic discourse that continues to refer us to man and his anxieties, to humanity and the outrages of his conscience, the stupidity of their astonishment, the euthaxia of their failings. Gray that is not gray. Black that is not black. Black on gray. Gray that scares the black sphinx, the black holiday, the black rib of the human flow in its shell of chance and pangs. And then, the red, the reddish, that falls like a blaze that installs fanfare, melancholy, abandonment. The scarlet hue that suspends over the images a definite tint of warning and semantic solidification.


The dream and its profile gallop. Suffering humanity and its showcase. Man and woman gathered on the canvas to pledge the essentiality of things

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